La noche fue la más oscura de todas. La negrura arropaba a la ciudad. La luz nunca alcanzaría de retorno a la superficie. Parecía como si se hubiesen cerrado la cortinas del cielo con transparente tela estelar. No solo por la ausencia del sol, el cual pareciera que no volviese a salir, sino por los demonios que en ella rondaban. Entes malignos estaban por todas partes. Los buenos se tendían en sus camas esperando un milagro.

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Había una oscuridad misteriosa. Era como si todas las madres con su protección acuñaban que esta era la noche más larga, y sostenían a sus bebes en sus brazos con mucho cuidado. Todas las estrellas parecían pulular o brillar de sobre manera. El cielo estaba despejado. Con diferentes colores en la inmensidad del espacio sideral, las luces del oscuro resplandor de los astros nocturnos; estaban más presentes que nunca.

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En una noche en la que posiblemente hubiese sombras prostitutas, no se veía la luna por ningún lado, el gran ojo de la noche. Los carros y sus luces parecían como caballos locos en los establos. Los relínchineos de estos, como cornetas desaforadas, no presagiaban nada bueno. Alucinaciones sonoras por doquier. La ciudad tiene rincones que pasan por desapercibidos. Pero cada sonido repercutía entre los espacios tranquilos dando señales de vida.

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Las alas de los pájaros, como buitres y cuervos, tenían en sus plumas un brillo especial, caracterizado por esta noche como si fuesen alas metálicas de aviones lejanos. Los pájaros se convertían en seres fantásticos esta noche. Sus ojos podían entrever los miedos. Las apariencias y las fantasías eran simple brisa en una negrura como aquella.

 

 El sueño de esta noche, para quienes soñaban, era el más profundo, pero para algunos también sería el último sueño. Pues no despertarían, no lograrían sobrevivir a la más oscura y larga noche. Como un espejo en el cual no se puede ver el reflejo, por lo opaco y denso de la imagen; la noche era sin igual. Lo penetrante de la crudeza hacía que algunos no pudiesen dormir.